Perdí la mayor riqueza,
cuando en mí lozana infancia.
fui feliz con la tristeza,
lánguido con la abundancia.
Evoco con gran dolor
esos años de pobreza,
cuando sólo había amor
para comer, en la mesa.
Un día el sol se enfuscó
y el día se hizo funesto;
mi alma afligida lloró
aquél amor a mí presto.
- Recuerdo aquél día triste
con tanta desilusión,
que desde entonces, no existe
dentro de mí, la ambición.
Decías mamá, sonriente,
que no llorara por ti,
sabiendo tu casta mente
que te alejabas de mí.
- Entre clamores partiste
aquél fatídico día,
para qué mi vida triste
se hiciera melancolía.
Ahora cuando soy mayor,
te recuerdo aún con pasión,
evocando aquél tu amor
qué guiaba mi corazón.
Por las noches miro al cielo,
en tu busca, madre amada.
Considero que el lucero
que más brilla, es tu morada.
Inquieto por lo que creo,
busco en el cielo esa estrella
con acérrimo deseo
de descubrir la más bella.
Porque sé, madre querida,
que en esa estrella brillante
vigilas mi frágil vida
en cada mi acción e instante.
Mi ilusión, madre querida,
es tenerte junto a mí.
Si no puedo ver tu vida,
deja que te evoque así.
Aquél día que haga mella
la muerte, en mi débil vida,
te pido que en esa estrella
me aguardes, madre querida.
Entonces, como en mi infancia,
ajeno al hambre y al dolor,
alcanzaré la abundancia
con tu afecto, en paz y amor.
Espérame pues, allá
dónde hay gozo interminable.
Desde esa estrella, mamá,
no dejes de vigilarme.
- Para que el día que muera,
llegue a tu estrella dichosa
de la mano de quién fuera,
la madre más terna y hermosa.