Añoro aquellos años de vida,
colmados de ansiedad e ilusiones.
Aquellos juegos y tradiciones,
aquella inocencia perdida,
aquella amistad persuasiva
de lealtad, entre dos corazones.
Añoro las calles de mi pueblo.
El Calvario de olores divinos,
poblado de eucaliptos y pinos,
que a la alma dan sosiego y consuelo.
Sus fuentes, sus campos y su suelo,
Refugio de pueblos peregrinos.
Añoro mi infancia candorosa
de debates y juegos sutiles,
cuando las pasiones infantiles
no son más que la ilusión dichosa
de ser felices con cualquier cosa,
con inocentes sueños pueriles.
De mi pueblo, añoro su terneza
brotada en corazones sufridos,
la vida de los desprotegidos,
carentes de pan y libertad.
Añoro mi pueblo, con lealtad
Todos recuerdos allí vividos.
De mi pueblo, me queda muy poco,
que recuerde emocionadamente.
De mi tiempo joven, ya no hay gente
Y de mis parajes pintorescas
Sólo quedan calles, gigantescas
Marañas, trazadas a lo loco.